
Cuando me quedé calva, me quedé como vacía. Pasé de tener los pelos cual león de la Metro–Goldwyn–Mayer, a ser como un gato de esos pelones, un gato Esfinge, de esos que a la gente le da un poco de yuyu tocar.
Me quedé tan vacía que algo en mí me decía que había que rellenar por donde sea. Yo siempre he destacado por ser bastante barroca, la decoración de mi casa, mi ropa, la contaminación visual de los espacios no es algo que me afecte, al contrario, me gusta lo recargado, y mi calva reluciente y minimalista no iba a ser menos en esta manía mía por decorar a lo Bernini.
Me dió por lo grande. Dicen que tamaño importa, ¿no?, pues yo me los pillé los más grande que encontré. Me dió por ahí, por los pendientes, pendientes llamativos y de tamaño considerable.
Hoy día pienso si no fue inconscientemente una estrategia para desviar la atención del público, que en vez de mi calva se fijaran en mis orejas, …, es posible, aunque más bien creo el efecto que conseguí era muy raro porque al final el conjunto entero parecía gritar: ¡¡¡Ehhhh, aquíiiiii!!!!. Era un luminoso de feria andante.
Me dió esa fiebre. En pleno proceso de transformación, de muda, los pendientes se conviertieron en unos de mis primeros complementos, estába claro que estaba buscando cómo encotrarme, «desde el ahora» como siempre y también lo hice a través de algo relacionado con lo complementario, como si mi calva no fuera ya suficiente adorno.
Esta fiebre tuvo su momento, pero una vez pasada, pasé por una fase totalmente opuesta. Lo neutro. Hay quien me llegó a decir que sin pendientes parecía un tío calvo, (…), de echo hay quien de lejos pensó que yo era un hombre, un hombre calvo, y sexy además. Está claro que un simple complemento como un pendiente nos distingue y nos hace ser mujeres, para la sociedad, de lo contrario somos o lo contrario, o algo andrógino. Y quizás, pensándolo bien, el acto de usar pendientes grandes inconscientemente era una manera de gritar al mundo: ¡¡ sigo siendo una mujer, aunque no tenga pelo, por favor aceptarme !! (muy loco).
Quizás sea una barbaridad pero se me viene a la mente el acto cruel que realizan a las reses al poco de nacer con el objetivo de poder comercializar con ellas, y que se llama «Marcar» o «»Fierro Quemador». Uf, ¿Será un simple e insignificante pendiente o como dicen en mi pueblo, «un sarsillo», una marca, un acto ferrador quemador usado con las mujeres con la intención no sólo de diferenciarnos, sino lo más brutal aún, lanzarnos al mundo desde que nacemos con el mensaje de: «es una niña», con lo que esto implica?. Me da yuyu pensarlo pero no suena muy descabellado. ¿Somos reses?
El caso como digo es que a medida que fui mudando la piel y la aceptación era cada vez más en mí un hecho, fui desaciendome de todos estos complementos absurdos a modo de tapadera, y pasé a lo neutro, y después a lo que se salío del moño. Estaba claro que mi subconsciente ya estaba más ordenado y yo más libre de prejuicios y chorradas patriarcales.
Hoy no siento que tenga una calva vacía. Hoy tengo una calva como tengo orejas, boca, manos y dedo gordo. Ya no es algo que hay que decorar, disimular, despistar, desviar, hoy soy yo en conjunto.
Hoy soy gata esfinge. Llevo adornos invisibles, lo que soy, mi esencia.
Hoy soy gata esfinge que ronronea a la vida y a lo justo.
Hoy soy gata esfinge, con alma de leona gigante.
Hoy soy yo sin artificios.